domingo, 14 de agosto de 2011

Juventud Divino Tesoro


Dice el filosofo: —Quien aprovecha la mañana, aprovecha todo el día; y de igual manera quien aprovecha de su juventud aprovecha de toda su vida—. Sí aun eres un niño, aprovecha de ese tesoro. Y si ya estás grande, alegrate y confortate con ese tesoro que un día tuvimos todos al alcance. A continuación, Canción de Otoño en Primavera. Ruben Dario, nicaraguense, 1867 - 1916.

Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro...
y a veces lloro sin querer...

Plural ha sido la celeste
historia de mi corazón.
Era una dulce niña, en este
mundo de duelo y de aflicción.

Miraba como el alba pura;
sonreía como una flor.
Era su cabellera obscura
hecha de noche y de dolor.

Yo era tímido como un niño.
Ella, naturalmente, fue,
para mi amor hecho de armiño,
Herodías y Salomé...

Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro...
y a veces lloro sin querer...

Y más consoladora y más
halagadora y expresiva,
la otra fue más sensitiva
cual no pensé encontrar jamás.

Pues a su continua ternura
una pasión violenta unía.
En un peplo de gasa pura
una bacante se envolvía...

En sus brazos tomó mi ensueño
y lo arrulló como a un bebé...
Y te mató, triste y pequeño,
falto de luz, falto de fe...

Juventud, divino tesoro,
¡te fuiste para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro...
y a veces lloro sin querer...

Otra juzgó que era mi boca
el estuche de su pasión;
y que me roería, loca,
con sus dientes el corazón.

Poniendo en un amor de exceso
la mira de su voluntad,
mientras eran abrazo y beso
síntesis de la eternidad;

y de nuestra carne ligera
imaginar siempre un Edén,
sin pensar que la Primavera
y la carne acaban también...

Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro...
y a veces lloro sin querer.

¡Y las demás! En tantos climas,
en tantas tierras siempre son,
si no pretextos de mis rimas
fantasmas de mi corazón.

En vano busqué a la princesa
que estaba triste de esperar.
La vida es dura. Amarga y pesa.
¡Ya no hay princesa que cantar!

Mas a pesar del tiempo terco,
mi sed de amor no tiene fin;
con el cabello gris, me acerco
a los rosales del jardín...

Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro...
y a veces lloro sin querer...
¡Mas es mía el Alba de oro!

Versiones


Me gusta éste pensamiento poético —poema de Elíseo Diego— que sutilmente nos habla de una gran realidad que todos los seres vivos tenemos en común y tan cierto es como la muerte misma: todos nacemos —como un jarro echo a mano—. A continuación, Versiones.

La muerte es esa pequeña jarra, con flores pintadas a mano, que hay en todas las casas y que uno jamás se detiene a ver.

La muerte es ese pequeño animal que ha cruzado el patio, y del que nos consuela la ilusión, sentida como un soplo, de que es sólo el gato de la casa, el gato de costumbre, el gato que ha cruzado y al que ya no volveremos a ver.

La muerte es ese amigo que aparece en las fotografías de la familia, discretamente a un lado, y al que nadie acertó nunca a reconocer.

La muerte, en fin, es esa mancha en el muro que una tarde hemos mirado, sin saberlo, con un poco de terror.


Eliseo Diego
, cubano, 1920 — 1994

lunes, 1 de agosto de 2011

Silencio


Yo que crecí dentro de un árbol
tendría mucho que decir,
pero aprendí tanto silencio
que tengo mucho que callar
y eso se conoce creciendo
sin otro goce que crecer,
sin más pasión que la substancia,
sin más acción que la inocencia,
y por dentro el tiempo dorado
hasta que la altura lo llama
para convertirlo en naranja.

Pablo Neruda, chileno 1904 — 1973

Y a propósito de «Silencio», otro silencio acude a mi mente. Un silencio totalmente diferente al de Neruda; pero igual de reflexivo, esa melodía hermosa de aquel tango que se llama igual: —Silencio— Cantado por Carlos Gardel, cuya letra y música tengo entendido fue escrita por Alfredo Le Pera y Horacio Pettorossi. Mas no estoy seguro, si alguien gusta, corrija me por favor.

Silencio —Tango—

Silencio en la noche, ya todo esta en calma,
el musculo duerme, la ambición descansa.
Meciendo una cuna, una madre canta,
un canto querido que llega hasta el alma
porque en esa cuna esta su esperanza

Eran cinco hermanos, ella era una santa,
eran cinco besos que cada mañana,
rozaban muy tiernos las sedas de plata
de esa viejecita de canas muy blancas.
Eran cinco hijos que al taller marchaban.

Silencio en la noche, ya todo esta en calma,
el musculo duerme, la ambición trabaja.
Un clarin se oye...peligra la patria
y al grito de: Guerra! los hombres se matan...
cubriendo de sangre los campos de Francia.

Hoy todo ha pasado, florecen las plantas,
un himno a la vida los arados cantan.
Y la viejecita de canas muy blancas,
se quedo muy sola... con cinco medallas
que por cinco heroes, la premio la patria.

Silencio en la noche, ya todo esta en calma,
el musculo duerme, la ambición descansa.
Un coro lejano de madres que cantan
mecen en sus cunas nuevas esperanzas...
Silencio en la noche... silencio en las almas.


Organito de la Tarde



Y a propósito de tango, mi favorito: escuchalo, cantalo, bailalo... y si te despierta algún recuerdo, no te detengas... lloralo.

Al paso tardo de un pobre viejo
puebla de notas el arrabal,
con un concierto de vidrios rotos,
el organito crepuscular.
Dándole vueltas a la manija
un hombre rengo marcha detrás,
mientras la dura pata de palo
marca del tango el compás.

En las notas de esa musiquita
hay no se que vaga sensación,
que el barrio parece
impregnarse todo de emoción.
Y es porque son tantos los recuerdos
que a su paso despertando va,
que llena las almas
con un gran deseo de llorar.

Y al triste son
de esa canción
sigue el organito lerdo
como sembrando a su paso
más pesar en el recuerdo,
más color en su ocaso.
Y allá se va, de su tango al son,
como buscando la noche
que apagara su canción.

Cuentan las viejas que todo lo saben
y que el pianito junta a charlar,
que aquel viejito tuvo una hija
que era la gloria del arrabal.
Cuentan que el rengo, que era su novio.
y que en el corte no tuvo igual,
supo con ella y en las milongas
con aquel tango reinar.

Pero vino un día un forastero
bailarín, buen mozo y peleador,
que en un a milonga
compañera y pierna le quito.
desde entonces padre y novio
van buscando por el arrabal,
a la ingrata muchacha,
al compás de aquel tango fatal.

Letra: José González Castillo
Música: Cátulo Castillo